Catálogo Octubre. Art i disseny. Num.4 octubre 2011
Galería Octubre. “Peñiscoleteando”
Universidad Jaume I de Castellón
Eric Gras
EL PODER DE LA ENSOÑACIÓN
«El surrealismo se basa en la creencia en la realidad superior de ciertas formas de asociación desdeñadas hasta la aparición del mismo y en el libre ejercicio del pensamiento. Tiende a destruir definitivamente todos los restantes mecanismos psíquicos y a sustituirlos en la resolución de los principales problemas de la vida»
André Breton, ‘Manifiesto surrealista’ (1924)
Me piden que escriba acerca del surrealismo. Difícil empresa pero no imposible. Al menos, eso es lo que uno piensa antes de adentrarse por completo en dicha cuestión. Al hablar de surrealismo a uno le vienen a la mente infinitas referencias, algunas de ellas procedentes de nuestro hablar coloquial. Recuerdo ahora mismo, mientras escribo esta reflexión, una escena del filme británico ‘Notting Hill’ en el que Hugh Grant, tras conocer a una superestrella hollywoodiense interpretada por Julia Roberts, afirma que ha sido «surrealista, pero bonito». ¿Qué querría decir Grant con esa expresión? En el vocabulario del que hacemos uso diariamente hemos incorporado el concepto/término del surrealismo para designar hechos, situaciones, vivencias o experiencias que nos parecen sorprendentes, de difícil comprensión. También solemos atribuir esta palabreja a expresiones o sensaciones que surgen del inconsciente, es decir, procesos e imágenes extrañas cuya plasmación en la realidad necesitan de una imaginación desbordante. Dicho de otro modo, y para entendernos, cuando hablamos de surrealismo hablamos de ensoñaciones, rarezas, utopías… ¿Y de dónde procede el vocablo? El surrealismo surge de un movimiento artístico y literario del siglo XX creado en torno a la figura del poeta francés André Breton.
La pintura y escritura automática, la plasmación de cualquier forma de expresión en la que la mente no ejerza ningún tipo de control, la creación de un mundo de sueños, simbólico. Eso es, a grosso modo, algunas de las bases de un movimiento que cambió por completo el proceso estético del siglo XX, y por ende, de la historia del arte. Algunos de los grandes creadores de nuestro tiempo se dejaron seducir por esta fuente de inspiración en la que podían evocar todos sus temores y pasiones. La temática a abordar era tan basta, que resultaba complicado no caer en la tentación de convertirse en un ser surrealista, un amante del psicoanálisis y de la profunda e increíble imaginación. Gracias al buenhacer de André Breton, así como otros artistas y pensadores, fuimos capaces de descubrir un arte que se regía por el intento de descubrir las profundidades del espíritu, nuestro «yo» más profundo.
Liberar la mente de cualquier prejuicio para buscar una simbiosis entre el sueño y la realidad. Algo contradictorio, pero que sirvió de fuerte inspiración a personajes como Salvador Dalí, Paul Éluard, Max Ernst, Yves Tanguy, Tristan Tzara, Luis Buñuel, René Magritte, André Masson, Alberto Giacometti, Francis Picabia, Man Ray, Jean Arp, Louis Aragón, Paul Delvaux, Marcel Duchamp, Óscar Domínguez, Meret Oppenheim e incluso Pablo Picasso. Como pueden leer, estos nombres son la «crème de la crème» de las vanguardias artísticas surgidas en la pasada centuria. Por tanto, no hablamos de un movimiento minoritario y poco conocido, más bien, todo lo contrario. La influencia del Surrealismo era visible en cada una de las tendencias culturales de la época marcando un hito. Pintura, escultura, literatura, poesía, teatro… El interés por el surrealismo era desbordante.
En el ámbito literario, el Surrealismo se centró en la creación de un espíritu libertario sin límites y en exaltar los procesos oníricos del humor y la pasión erótica. Todo valía para «luchar» contra la tradición cultural burguesa –¡cuánto se echa de menos esto!–. Las obras de los autores surrealistas eran ruidosas, comulgaban más bien poco con el poder establecido. Ese objetivo, tan bien planteado por André Breton en su ‘Manifiesto del Surrealismo’, de 1924, fue el que llevó a varios creadores plásticos a probar ese «dictado mágico». Fue en la Galerie Pierre de París, un año más tarde, cuando Jean Arp, Giorgio de Chirico y Max Ernst protagonizaron la primera exposición surrealista de la historia. En ella participaron también André Masson, Picasso, Man Ray, Pierre Roy, Paul Klee y Joan Miró –todos ellos se separarían del movimiento o se mantendrían unidos a él adoptando algunos de sus principios, como toda buena banda de pop-rock–.
La rebelión del surrealismo contra la burguesía cultural y el orden moral provocó que este movimiento adoptara un cariz político –hecho este que, a la postre, sería más perjudicial a mi entender ya que la política no siempre es buena consejera–. Muchos de estos artistas se afiliaron al Partido Comunista Francés, lo que provocó que personajes como Salvador Dalí fueran expulsados del círculo al ser considerados «amigos de las tendencias fascistas». Izquierda y derecha se confrontaron, como tantas otras veces, y de ahí nacieron violentas discrepancias en el grupo. El porqué de tanto conflicto devenía en la relación entre arte y política. Imagino que se preguntaron si el arte debía estar al servicio de la política y viceversa. Bajo el lema «Le surréalisme au service de la révolution» –el surrealismo al servicio de la revolución– el movimiento intentó crear puentes en pro de la causa comunista. Sin embargo, y como en muchas historias dramáticas, el final no fue muy feliz. La II Guerra Mundial paralizó Europa y provocó la huida de muchos artistas. Breton, y como él otros, marchó a los Estados Unidos. Allí surgió una asociación de pintores surrealistas alemanes y franceses que influirían en el arte estadounidense, particularmente, en el desarrollo del expresionismo abstracto de los años 40. En 1946, Breton volvería al viejo continente y comprobó que ese movimiento onírico que apareció en su mente privilegiada ya estaba definitivamente deteriorado. Breton regresó a Europa en 1946. Así pues, podemos atestiguar que el Surrealismo nació en 1924, con la publicación del ‘Manifiesto surrealista’ y moriría dos décadas más tarde dejando paso a un mundo donde la abstracción de Rothko, Pollock o De Kooning, impactaría en las retinas de medio mundo.
Antes de continuar, no estaría de más intentar dilucidar el origen del surrealismo, ¿no creen? Imagino, y espero que ustedes también, que Andrés Breton, el precursor, líder y gran pensador del movimiento, tendría ciertas preocupaciones e inquietudes que le llevaron a plantear su causa. Indagando nos damos cuenta de que así era. Anteriormente mencionábamos el año 1924 como el punto inicial del movimiento. No obstante, deberíamos remontarnos casi una década, al año 1916. Fue entonces cuando Breton descubriría las teorías de Sigmund Freud y Alfred Jarry, además de conocer a Jacques Vache y a Guillaume Apollinaire –este último, por cierto, fue el primero en utilizar esa palabreja tan controvertida de la que nos hacemos eco aquí: surrealismo–. Asimismo, adentrándonos en la historia del arte, observando con detenimiento y analizando a pensadores y artistas del pasado, se puede comprobar los precedentes al Surrealismo. Los artistas y escritores de este peculiar círculo tenían en su punto de mira al pensador presocrático Heráclito –aquel que dijo: «En el mismo río entramos y no entramos, pues somos y no somos»–, el Marqués de Sade y Charles Fourier, entre otros. Probablemente, la influencia con mayor presencia en los surrealistas, en el ámbito pictórico, fue Hieronymus Bosch ‘El Bosco’, que en los siglos XV y XVI crearía obras como ‘El jardín de las delicias’ o ‘El carro de heno’, auténticas obras maestras en las que tienen cabida el sarcasmo, lo grotesco y una imaginería onírica que los surrealistas hicieron propia con los años. El Bosco era fiel a la cosmovisión medieval repleta de hechiceras, la alquimia, la magia, los bestiarios, los tesaurus, las hagiografías… Elementos procedentes de la imaginación humana y de los que se sirvió para crear un mundo mitad realidad, mitad ensoñación, y cuyo fin era, como no podía ser de otro modo en aquellos tiempos, moralizante. Pues bien, el surrealismo retomó esos elementos y volvió a reformularlos con la particularidad de la época.
Volviendo a los cimientos del movimiento surrealista, existen ciertas cuestiones que no nos son del todo reveladas. Me explicaré. Siguiendo las pautas del psicoanálisis freudiano y, creo que también en buena medida, del nihilismo existencial –aquel que sostiene que la vida carece de significado objetivo–, ¿el surrealismo es puro divertimento? Formulo esta pregunta al conocer, de cerca, que muchos espectadores así lo creen cuando contemplan una obra de Dalí, por citar un ejemplo. En este sentido, y sabiendo que el surrealismo escapa de toda lógica, debo decir que tiene una vertiente muy amplia que deja libertad para lograr esa sensación: la de divertirse. El mundo irreal, forjado en las mentes de los autores surrealistas, da pie a que el humor, sarcasmo e ironía hagan su entrada triunfal. Esto es algo que me reconforta gratamente. A pesar de ello, el surrealismo es mucho más que eso. Es toda una declaración de intenciones, una forma de ver y vivir la vida, acorde con los principios de libertad. Creatividad ante todo. Y, hablando de ser creativos, en Castellón tenemos la suerte de contar con un peñiscolano que seduce, nos divierte y alegra la vista con sus obras. Hablamos de Sergi Cambrils, el protagonista de la exposición que pueden ver en la Galería Octubre de la Universitat Jaume I y la causa de que escriba toda esta perorata. Cuando uno ve las obras de Cambrils realiza, de forma inconsciente, un viaje a través del tiempo para situarse en esas décadas prodigiosas del Surrealismo. Las piezas que surgen de su imaginación recuerdan esos aires donde los sueños eran protagonistas. Sin embargo, no hablaré aquí de forma extensa de su obra. Mejor vean la exposición y luego ya me contarán. Yo, por mi parte, y si me dan permiso, realizaré una última reflexión sobre uno de los movimientos que más conmoción han provocado en nuestra cultura.
Para finalizar, no podía dejar pasar la oportunidad de hablar del simbolismo que se esconde dentro del surrealismo. Queramos o no reconocerlo, todo lo sucedido en el pasado aflora en el presente y forja el futuro. Dicho esto, no es de extrañar que el Simbolismo, corriente artística aparecida en el siglo XIX, también forme parte del grueso de sistemas que dio lugar al surgimiento del Surrealismo. El pensamiento oculto, lo prohibido fueron fuentes de inspiración para muchos de estos creadores, algo común al quehacer simbólico. Además, son muchas las referencias que en las obras, sean estas pictóricas o literarias, se pueden dilucidar mediante la espiritualidad, la imaginación y los sueños. La creación de mundos enigmáticos conlleva la realización y el uso de los símbolos. Es inevitable, el misterio siempre está presente, algo extraordinario que exige toda nuestra atención, que perturba y extraña pero que encandila. Así pues, y como un consejo que me permito dar a todos aquellos que lean estas líneas, al contemplar una obra surrealista déjense llevar por sus instintos, intenten no pensar, seguro que la obra en cuestión les seducirá, vean más allá de las formas, liberen su mente.
Comentarios recientes